En verdad que la persona quien dijo "barriga llena, corazón contento" es un verdadero sabio, aunque no he escuchado a nadie mencionar algo al respecto a las ganas de "echarte un sueñito" después de comer tan prolijamente, lo cual también es tan cierto como que los del Atlas son malos. En fin, el lado bueno de la comida en Ford es que marca el ecuador entre las horas laborales y las horas de relax en la oficina: una vez comidos están todos más relajados y únicamente me dedico entonces a terminar mis tareas lo más posible y dejar el resto para luego. Uno o dos cafés más y cuando menos lo pienso ya es hora de salir, por lo que sigo el tan consabido ritual de quitarme las botas de trabajo, doblar mi chaleco de seguridad y apagar mi ordenador mientras me río de las últimas ocurrencias de mis colegas becarios. ¡Qué duro es el trabajo!
No bromeo cuando hablo de la somnolencia que da la comida y lo difícil que es salir de aquel estupor. ¿Será que me estoy adaptando demasiado bien a la usanza de la siesta española? ¿O simplemente es un plan malévolo de la señora del comedor que se divierte poniéndole somníferos a la comida y ver después el efecto de su "chistecito"? Sea cual fuere la razón el hecho es que el viaje de regreso en autobús transcurre del mismo modo en que llevé a cabo el de venida: "descansando los ojos". Casualmente también mis co-tripulantes que tan fieramente defendían su jerarquía para subir al transporte ahora duermen o simplemente admiran el panorama de la autovía sin importarles nada más que la llegada a Valencia. La única verdadera preocupación es dejar de "descansar los ojos" a tiempo como para bajarme en la parada correcta que está cerca de mi casa, o de lo contrario me ganaría un buen paseo a pie de regreso a casa cruzando la ciudad.
Calle los Leones. Perfecto. Ya estoy aquí. Don Alfonso me tiene ya listo mi usual cortado porque de nuevo me "devisó" desde la esquina lo que me hace preguntarme si en verdad es tan avizor o simplemente no tiene nada más que hacer. Sin preguntas ni comentarios de nuevo avienta de mala gana las monedas a la caja registradora y enciende su ducado azul mientras le doy sorbos a mi café. Otro de mis "pequeños placeres" es precisamente tomarme ese cortado a las cinco de la tarde mientras leo los periódicos del día que me facilitan en el bar: El marcador del Valencia-Levante, los escándalos del Barça, las andanzas de Rajoy y hasta las fotos sexys de Carla Bruni. Más que nada chismes y escándalos tan socorridos en el vox populi pero son de las cosas de las que uno se debe enterar si es que desea uno tener tema de conversación con alguien por estos lares. Digo, no es posible siempre hablar del clima.
Mi habitación está precisamente como la dejé en la mañana y de nuevo reitero mi propósito de levantarme más temprano para no andar a las carreras y no dejar ese cochinero. En sí, en sí no es más que mis sábanas y cobijas mal dobladas y mis zapatos en el suelo, pero mi madre más bien diría que parece un estómago de borracho. Así que, recordando sus enseñanzas y sus "hijo de la chingada…. algún día no vas a tener a tu mensa que te recoja", me pongo a recoger mi tiradero y más o menos cobra forma de un cuarto decente y entonces ponerme a "sacar mis pendientes" (frase bastante común en las juntas matutinas de Zamsa). Releo la lista de cosas por hacer y me doy cuenta de que cada vez está más vacía con lo que cada vez caigo más en cuenta de que eso de no tener acceso a Internet realmente ha sido una cosa provechosa: pierdo menos el tiempo y puedo inventar más "quehacer".
Bien, me ha llegado un mensaje al teléfono. Es mi amiga Nefis que como siempre igual de buena gente me avisa que va a ir a la bodega como todos los lunes y me invita por si quiero darme una vuelta para pasar el rato y tomarnos unas jarritas de sangría. Como no me puedo rehusar a tan correctamente escrita invitación en español (teniendo en cuenta que es una chica búlgara que estudia en Alemania) le contesto en un mensaje que voy a ir pero dentro de un rato más. Ya tango una actividad más qué anotar en mi "orden del día".